Por Manuel E. Yepe
El orden socioeconómico
capitalista es sinónimo de libertad… siempre que usted acepte que la primera de
las libertades la disfrute el capital, y que el dinero pueda ser libre para
comprarlo todo.
Cuando se restringe la
capacidad del dinero para adquirir los bienes que sustentan la vida en sociedad
o se impide que éstos se comporten a la manera de una mercancía más,
susceptible de ser comprados y vendidos, se restringe al capitalismo.
Por eso es tan importante
para el capitalismo que la conciencia ciudadana sea manipulada para fijar la
idea de que capitalismo es igual a democracia y que cualquier atentado contra
la libertad del dinero para adquirir cualquiera de los bienes terrenales y
morales del hombre es una agresión contra la democracia.
Lamentablemente, la
organización social en que vive el mundo es el capitalismo y son pocos los
países cuyos pueblos han logrado- o luchan aun por hacerlo- que no sean las
clases adineradas las que detenten el poder político y hayan emprendido, con
dificultades enormes, rutas distintas a ese orden económico, político y social.
Por ese motivo, las reglas de
juego que rigen las relaciones internacionales en el planeta en forma de leyes,
prácticas sociales y tradiciones, tienen todas
-o casi todas- una fundamentación conveniente al orden burgués.
Hay veces que la dictadura
global capitalista se ejerce con mayor violencia que otras, pero siempre
subyace una lucha entre los ricos empoderados y los pobres que sufren las
consecuencias de tal prerrogativa ajena.
Cuando las condiciones lo
permiten, las oligarquías se obligan a hacer concesiones a sus “sometidos” en
aras de evitar que éstos se vean estimulados a recurrir a su ventaja numérica y
se organicen para un enfrentamiento que perturbe de alguna manera su orden.
Pero, con igual o mayor
prontitud, suelen reaccionar las clases adineradas cuando su hegemonía se
encuentra en peligro y acuden al recurso de apoyarse recíprocamente en defensa
de sus espurios intereses explotadores.
Los privilegiados se
preguntan cómo sería un país donde los médicos, los educadores, los tribunales,
los gobiernos, los medios de producción y de servicios, los medios de
información, las expresiones culturales y hasta las condiciones para hacer el
amor estuvieran al servicio de todos por igual en una sociedad en la que el
dinero no pueda determinar diferencias en la calidad y urgencia de las
prestaciones.
Algo así, consideran,
distorsionaría el precario y asimétrico equilibrio actual de casi todas las
sociedades nacionales; el capitalismo precisa que tales ideas continúen al
margen de las aspiraciones ciudadanas.
¿Por qué aceptar que, en caso
de enfermedad, una persona con recursos económicos se vea condenada a la misma
calidad de atención e iguales condiciones de tratamiento y posibilidades de
curación que los que carecen de ellos?
¿Es lógico que los
descendientes de personas adineradas deban compartir las mismas aulas y calidad
de educación con los hijos e hijas de las familias pobres?
¿Es racional que pobres y
ricos sean juzgados, si delinquen, con el mismo rasero, o que compartan galeras
en prisión cultos millonarios corruptos con rústicos y hambrientos delincuentes
comunes?
¿Por qué candidatos a cargos
de gobierno, en sus campañas electorales, han de prescindir de las donaciones
que les hagan las personas más ricas, influyentes y responsables de la
sociedad, a fin de que, en su futuro desempeño como dirigentes, se consideren
obligados a proteger prioritariamente la seguridad de los capitales de las
corporaciones y los del segmento más importante y poderoso de la nación?
Para el capitalismo
internacional, la prensa sólo se considera democrática en un país donde esté
permitido al capital privado comprar emisoras de radio y de televisión,
periódicos, revistas, agencias de noticias o cualquier otro medio para así
cuidar que lo que se publique sirva a sus intereses, que son los determinantes
en el conjunto de la sociedad.
El orden burgués valora
también como lícito que el disfrute de lo mejor del arte y la cultura nacional
e internacional esté limitado a la élite culta de la sociedad que es capaz de
sufragar, mediante la publicidad, el precio de sus costosas realizaciones, o de
pagar onerosos billetes de entrada a los espectáculos.
¿Acaso no considera natural y
lógico que todo en la sociedad esté estructurado de modo que el atractivo
principal para la relación de géneros sea el dinero y la posición económica, y
que la competitividad y la lucha por la ganancia sean los motores del progreso
en cualquier nivel?
La historia registra la
existencia de una supuesta democracia esclavista en Grecia y los capitalistas
han pretendido apropiarse del término cual si fuera privativo de su
ordenamiento socioeconómico, pese a ser el vocablo “capitalismo” casi antónimo
de “democracia”, un término sólo reclamable etimológicamente por el
“socialismo”.
La Habana, Junio 14 de 2016