Jorge Gómez Barata
Según
la agencia de noticias Sahar, el general sirio Mohammad Issa declaró que
atacaría al portaviones Charles de Gaulle si entra en aguas territoriales
sirias. Nadie le creyó. Siria no es ahora un estado sino un polígono. No
obstante, ¡cuidado! No hay sirio más peligroso que un sirio acorralado.
El
más discreto y débil entre los actores en el teatro de operaciones militares de
ese antiquísimo país, el que más derechos y obligaciones tiene son el estado y
el gobierno sirio, a quienes todos los interventores, excepto Rusia e Irán,
desconocen. ¿Hasta cuándo?
Una
decena de países comenzando por Estados Unidos, Turquía, Israel, y varios
estados árabes, a los que recientemente, con aprobación de sus respectivos
parlamentos, se han sumado Inglaterra, Francia y Alemania; bombardean el
territorio sirio, destruyen sus infraestructuras viales y petroleras, lanzan
alijos de armas a las fuerzas antigubernamentales, e incluso, desembarcan
tropas especiales; todo ello irrespetuosa e impunemente.
El
gobierno de Bashar al-Assad, a pesar de calificar ese accionar como violaciones
de la soberanía nacional, lo tolera porque esas potencias confrontan al Estado
Islámico y porque no puede impedirlo ni arriesgarse a una guerra con Estados
Unidos, la OTAN y los estados árabes a la vez.
Es
probable incluso que Rusia e Irán, sus únicos aliados realmente poderosos y
beligerantes, le hayan aconsejado moderación o resignación, para evitar verse
ellos envueltos en un conflicto que rebasa sus expectativas. Obviamente Rusia
no desea ni busca otra confrontación militar, mientras que Irán, que regresa de
aventuras fallidas, procura la avenencia con occidente y no la guerra.
Esas
circunstancias pueden haber comenzado a cambiar con el affaire del SU-24, que
en el pasado mes de noviembre fue derribado mientras operaba en el espacio
aéreo sirio. Probablemente al-Assad y Rusia necesiten en breve marcar
territorios, fijar límites, mostrar músculos, y restablecer la maltrecha imagen
de un país convertido en campo de pruebas, y de un gobierno incapaz de ejercer
la autoridad sobre su territorio.
No
se trataría de una venganza, sino de la demostración de vigencia para un
gobierno que tiene muy poco que perder. Por añadidura, existe un detalle que no
puede ser obviado: Siria posee aviación y armas antiaéreas.
La
posibilidad de que otro avión o helicóptero caiga no por accidente, sino por
fuego defensivo es inminente, se trata solo de elegir el blanco y el momento, y
de prever la represalia. Nadie pudiera criticar a Siria por operar dentro de su
territorio en defensa de sus prerrogativas estatales, aunque tampoco es posible
asegurar que la próxima víctima tenga la serenidad de Putin, que no cedió a la
provocación, encajó el golpe, y prepara represalias que, según sus palabras: “…Los
hará arrepentirse muchas veces…”
En
cualquier caso, diecisiete segundos y un misil bastaron para colocar a las
grandes potencias de la OTAN, los Estados Unidos, y Rusia, en el umbral de una
catastrófica confrontación.
En
el surtido de hipótesis no se puede descartar al Estado Islámico, que en el
mercado informal de armas puede conseguir armamento antiaéreo eficaz. No
siempre los aviones vuelan a alturas estratosféricas, ni a velocidades
supersónicas.
Los
riesgos son enormes. Lo mejor sería parar. ¿Será posible? ¿Cómo desescalar la
opción militar, y propiciar el diálogo político? ¿Con quién? Allá nos vemos.
La
Habana, 05 de diciembre de 2015