Tal vez ninguna actividad científica ha convocado a
tantas inteligencias, consumido tantos recursos y significado riesgos mayores
con tan pobres resultados como la esfera nuclear. La única actividad en la que
la tecnología atómica ha sido convincente es la militar, donde su producto
estrella: la bomba atómica, protagonizó la Guerra Fría.
Sesenta y ocho años después de que el Proyecto Manhattan,
realizado por alguno de los científicos más brillantes de todos los tiempos, al
fabuloso costo de 20 000 millones de dólares, produjera tres bombas atómicas de
las cuales dos fueron empleadas contra Japón, está probado que la energía
nuclear no sólo es prescindible sino aborrecida por millones de personas.
Costos, riesgos de operación, exigencias de seguridad,
gigantismo de las instalaciones, dificultades para deshacerse de los residuos y
otras desventajas, desaconsejan la utilización del átomo para producir
electricidad. A ello se añaden los discretos logros de su empleo en la
medicina, la agricultura, el transporte, la industria aeroespacial y otras
ramas donde los resultados no compensan los gastos y los riesgos de su empleo.
Para colmo, en virtud de una sorprendente paradoja derivada del fin de la
Guerra Fría y de los reajustes estratégicos y geopolíticos a que dio lugar el
fin de la Unión Soviética, la atenuación de las rivalidades militares entre las
potencias nucleares y los cambios de opciones por parte de Rusia y China, también en la esfera militar la energía
nuclear ha perdido vigencia.
Por su capacidad destructiva, los riesgos que supone su
empleo y el hecho de que en una guerra nuclear no existen posibilidades de
victoria para ningún contendiente, las bombas atómicas han sido el arma más
costosa y la menos utilizable. Hasta hoy su papel ha sido exclusivamente
disuasivo.
Tal vez porque modifica un status quo firmemente
establecido e introduce una extraña doctrina que parece considerar posible
victorias militares o ganancias políticas mediante el empleo de armas atómicas,
la inesperada radicalización de la posiciones en materia nuclear de Corea del
Norte ha dejado perplejo al mundo y colocado a Estados Unidos, ante una
coyuntura política y militar inédita.
Al declararse dispuesta de manera inminente a emplear sus
armas nucleares, Corea ha hecho algo que no hizo la Unión Soviética ni ninguna
otra potencia nuclear que en cada crisis: Suez (1956), Berlín (1958) y Cuba
(1962), mientras mostraban sus músculos
atómicos, abierta o discretamente, realizaron acciones políticas y diplomáticas
tratando de evadir punto de no retorno. Desde los tiempos de Truman la retórica
atómica no era tan explícita.
Al abandonar la
doctrina del carácter disuasivo del armamento nuclear y asumirlas como medios
de ataque, Corea del Norte introduce la única y más peligrosa innovación desde
que Harry Truman, el mismo que ordenó su empleo, no sólo le negó autorización
para hacerlo a Douglas MacArthur, Comandante de sus fuerzas durante la Guerra
de Corea, sino que lo destituyó.
Si las amenazas
de lanzar bombas atómicas sobre Corea del Sur, Japón y los Estados Unidos
fueran un farolazo, es irresponsable, si fueran ciertas son suicidas y si son
una manera de obtener ganancias políticas, está por ver: ¿Cuáles son y a qué
precio? Allá nos vemos.
La Habana, 05 de abril de 2013