En ninguna época, nadie tuvo una comprensión más cabal
del papel de la agricultura en la economía cubana ni le dedicó más energía
durante más tiempo y con mayores recursos que Fidel Castro. Si bien es cierto
que se lograron avances formidables, también lo es que nunca se cumplieron las
expectativas hasta llegar a un punto en el cual el 50 por ciento de las tierras
estuvieron ociosas mientras crecía la importación de alimentos. En una
coyuntura así, el presidente Raúl Castro consideró la producción de alimentos
como: “Un asunto de seguridad nacional”
Cincuenta años después de extraordinarios esfuerzos
organizativos e inversiones multimillonarias para edificar una poderosa
infraestructura agrícola, incorporar centenares de miles de equipos, lograr la
electrificación del campo y la introducción de la ciencia y las tecnologías más
avanzadas, crear centros de investigación y laboratorios, acumular reservas de
agua y sistemas de regadío, utilizar semillas y pastos de calidad e introducir
razas de ganado y aves de alto rendimiento empleando masivamente fertilizantes
y plaguicidas, desarrollar la medicina veterinaria y las técnicas
fitosanitarias, la esfera agropecuaria para la cual prácticamente se movilizaba
a toda la población, comprometiendo a los cuadros, especialistas y
administradores más competentes del país, no logra responder a las esperanzas
puestas en ella.
La actividad económica que más combustible, maquinaria y
recursos consume y a la que las autoridades centrales y locales prestan la
mayor atención, con casi un millón de trabajadores, entre ellos demasiados
burócratas pero también cientos de agrónomos, científicos e investigadores y
miles de técnicos en todas las actividades, aporta apenas el 5 por ciento del
producto interno bruto y no logra satisfacer mínimamente las demandas de
alimentos que pueden ser producidos en el país.
Recientemente, la tímida apertura en la prensa nacional,
que alude a las consecuencias y raras veces a las causas más profundas, filtra
algunos de los problemas que padece la agricultura cubana y menciona con
frecuencia la pérdida de los productos una vez cosechados. Lo más reciente
fueron los plátanos, como antes el arroz, el ajo y la cebollas, las frutas y
prácticamente todo cuanto se produce.
Aunque las
causas de esta situación y otras situaciones análogas son multifactoriales, no
existen respuestas fáciles ni unilaterales y no son ajenas a la situación
general del país asociadas al bloqueo económico de los Estados Unidos y a la
crisis derivada del fin del socialismo, no son atribuibles a la incompetencia o
poca consagración de los trabajadores y directivos, tampoco a la desatención
del gobierno ni a la falta de recursos, sino a problemas estructurales capaces
de hacer fracasar los mejores esfuerzos.
Tal vez no se
trata de nuevos llamamientos para mejorar la organización y la exigencia,
experimentar con fórmulas ya probadas, sino de una revisión a fondo del modelo
económico que como una vez señaló Fidel Castro es inviable.
La agricultura
no es en Cuba una actividad marginal, sino el núcleo de la economía cubana,
parte esencial del sistema político y de la cual depende la subsistencia del
país, la generación de empleos y de recursos exportables. El presidente Raúl
Castro fue categórico: “Cambiamos o nos hundimos”. De cambiar se trata y no
sobra el tiempo. Allá nos vemos.
La Habana, 07
de agosto de 2012