Bajo la presión de las potencias europeas, ganó la derecha en Grecia. La izquierda a menos de tres puntos
Un voto griego para el centroderecha
y el ajuste
El
centroderecha Nueva Democracia ganó las elecciones griegas, llevando alivio a
las potencias europeas, inquietas con el crecimiento de la izquierda, que quedó
a menos de tres puntos del ganador.
Por
Eduardo Febbro
Antonis Samaras, líder del partido Nueva
Democracia, que se impuso en las elecciones de Grecia.
Desde Atenas
Grecia
respaldó en las urnas la oferta política del pasado. Los conservadores de Nueva
Democracia, uno de los dos partidos que, junto a los socialistas del Pasok,
condujeron al país a la más profunda desesperanza, ganó las elecciones
legislativas con el 29,66 por ciento de los votos. Nueva Democracia se impuso a
la fuerza emergente de la coalición de izquierda radical Syriza, que sacó 26,89
por ciento. El Pasok, con 12,28 por ciento, quedó en tercer lugar y con amplias
posibilidades de formar una coalición de gobierno con Nueva Democracia. Así,
los dos sepultureros de Grecia, ahora conocidos como los partidos pro
austeridad, volverán a tener las riendas del país. Sin embargo, si Syriza no
consiguió los votos necesarios para configurar una mayoría, sí confirmó en las
urnas su espectacular progresión: multiplicó por siete su caudal de votos desde
2009 y obtuvo 10 puntos más que en las elecciones legislativas del pasado 6 de
mayo (infructuosas por la imposibilidad de formar gobierno). Nueva Democracia
festejó su victoria en la plaza Syntagma y la izquierda radical bailó su
relativa derrota al compás de “Avanti Popolo” en la plaza del Metro
Universidad, distantes ambas 600 metros. “Salvamos el euro y el país de un
delirante rojo”, decía un militante de Nueva Democracia que se paseaba por la
plaza Syntagma con la bandera azul de su partido. “En seis meses volvemos con
40 por ciento”, decía a su vez un militante de Syriza en el acto del Metro
Universidad, una explanada presidida por una estatua de Atenea, diosa de la
Guerra, la civilización, la sabiduría, la estrategia y las artes, entre otros
tantos atributos. Más filosófico, Evangelos, un portero de noche de la zona de
Syntagma, decía: “Ganaron los ladrones, como siempre ha ocurrido en este país
desde hace más de 40 años”.
Grecia
votó ayer bajo la inmensa presión ejercida por sus socios europeos y los medios
del Viejo Continente, que hicieron una campaña feroz y deshonesta a favor del
continuismo presentando la elección con los mismos argumentos que la derecha de
Nueva Democracia: a favor o contra del euro. Ganaron entonces el miedo y la
austeridad. A las once menos veinte de la noche el jefe de Syriza, Alexis
Tsipras, reconoció la derrota. Cuando llegó a la sede del partido los abrazos y
la emoción eran los de una noche de victoria. “Es una suerte para nosotros.
Ellos se van a quemar las alas y nosotros tomaremos el poder más legitimados”,
decía sin rodeos un militante de Syriza. La juventud estaba feliz. Por primera
vez en muchos años surgió de la nada una alternativa a la complicidad
destructora entre la derecha de Nueva Democracia y los socialistas. Pero
también emergió la peor versión de la extrema derecha, es decir, los neonazis
del partido Amanecer Dorado, que reiteraron en esta consulta el porcentaje del
pasado seis de mayo, 7 por ciento.
La
victoria del líder de Nueva Democracia, Antonis Samaras, es estrecha y lo
obliga a pactar una coalición con el Pasok. Ambos partidos empezaron anoche los
regateos. El 30 por ciento de ND equivale a un mínimo de 75 escaños, a los que
hay que sumarles los 50 escaños que se le otorgan como premio al partido más
votado. Eso representa 125 escaños y se les puede agregar el 12 por ciento del
Pasok (33 escaños), lo cual conduce a la mayoría de 161 dentro de un Parlamento
con 300 bancadas. Sin embargo, la posición hipócrita del Pasok podría hacer
entrar en el juego a la izquierda democrática del partido Dimar, que obtuvo 6,2
por ciento (17 escaños). El primero en salir al paso de una solución política
fue el líder del Pasok, el ex ministro de Finanzas Evangelos Venizelos. “Un
gobierno de responsabilidad nacional supone la participación de varias fuerzas
de izquierda”, dijo Venizelos en alusión directa a la inclusión de Syriza en la
coalición. Esta opción es imposible: Alexis Tsipras rehúsa lógicamente entrar
en un gobierno compuesto por las formaciones que provocaron la hecatombe, que
aprobaron los planes de austeridad y que, encima, fueron elegidos para imponer
todavía más austeridad. El portavoz de Syriza, Panos Skorletis, reveló anoche
que Tsipras le había hablado por teléfono a Antonis Samaras para decirle que
formara su gobierno “sin Syriza”.
A los
griegos no les dejaron muchas opciones. El liberalismo europeo le planteó una
encrucijada fatal: o el rigor o la quiebra. La paradoja es teatral: los
responsables de la primera quiebra deberán aprobar nuevas medidas que se
traducirán en más rigor. “Angela Merkel y sus bancos nos condenaron a morir a
fuego lento y con hambre o a pagar hasta la eternidad comiendo migajas”,
ironizaba Nikolas, un militante de Syriza. Allí donde se mire, las cuentas son
una soga al cuello de la sociedad griega. El viernes pasado venció el plazo
para el pago del segundo tramo del préstamo de 130 mil millones de euros que el
FMI y el Banco Central Europeo decidieron otorgarle a Grecia el pasado 8 de
marzo. Grecia tiene que recibir un paquete de 8 mil millones de euros, sin lo
cual, a partir del 20 julio, no tendrá más dinero para pagar a sus
funcionarios. Los bancos también tienen las cajas vacías. Los griegos vienen
retirando sus depósitos desde hace dos meses y los bancos han dejado de
financiar a las empresas. El sector privado perdió un millón de puestos de
trabajo en los últimos cinco años. Atenas recibió hasta ahora 172 mil millones
de euros mediante el rescate piloteado por Bruselas. Pero nada mejoró. El
desempleo afecta a 25 por ciento de la población, los bancos necesitan ser
recapitalizados y la sociedad existe y se mueve gracias, en parte, a la férrea
solidaridad de los lazos familiares. “Haremos lo que sea necesario”, prometió
anoche Samaras. Sin dudas, será lo que necesiten los bancos y Alemania, cuyo
país ejerció una presión de tenazas para que los conservadores se quedaran con
las riendas del poder. Un candidato “anti austeridad” como Alexis Tsipras fue una
pesadilla para Alemania. Por eso lo hicieron pasar como un militante del
antieuro, cosa que es totalmente falaz. Angela Merkel usó a Grecia como modelo
del escarmiento y logró forzar a golpe de miedo, amenazas, intimidaciones y
mentiras la victoria de una coalición que no refleja en nada ni la voz de la
calle, ni la apremiante situación en la que se encuentra la gente. Pero entre
lo nuevo amenazante –Syriza– y las argucias de lo viejo conocido –Pasok y ND–
las urnas optaron por los capitanes de mala fama. Para la izquierda de Syriza
la derrota tiene el sabor de un fruto dulce y jugoso. Con Syriza nació en
Grecia y en Europa una fuerza potente a la izquierda del socialismo de
gobierno, clientelista y corrupto. 26 por ciento de los votos es un sueño. “Vivir
para soñar, dice el refrán. Pero nosotros estamos viviendo en carne propia lo
soñado”, decía anoche una militante de Syriza.
La
coalición de la izquierda radical griega no sólo enfrentó en las urnas a sus
adversarios políticos locales, sino también a la maquinaría liberal más
poderosa del planeta. La edición alemana del Financial Times refleja hasta la
vergüenza la agresión que sufrió el pueblo griego. El Financial Times escribió:
“Griegos, resistan a la demagogia de Alexis Tsipras. El país sólo permanecerá
en el euro con los partidos que respetan los términos de los acreedores”. Pagar
o morir. Sin embargo, Grecia hizo de Syriza la segunda fuerza política del
país. Mucho ante tantos manejos y distorsiones sucias. Atenas amanecerá con la
oligarquía política que la llevó a la ruina negociando un pacto de gobierno. La
llamada “coalición del euro” tiene el destino en sus manos. Angela Merkel y los
mercados están contentos. La izquierda también. Ha sido apenas una vuelta más
de una pugna que recién empieza.
Opinión
La campaña del miedo
Por
Mercedes López San Miguel
En Grecia, como en otros países de Europa, lo que está siendo
cuestionado por los indignados o por la izquierda radical es el orden
neoliberal que una mayoría de griegos padece en forma de reducción de salarios
y jubilaciones. Tanto la socialdemocracia como los partidos conservadores se
han plegado a ese modelo apoyando los planes de ajuste, el “saneamiento” del
sistema al que se refiere Angela Merkel cuando usa un eufemismo para referirse
a la premura por el recorte.
La
coalición de izquierda radical griega, Syriza, introdujo un elemento novedoso
en la política de su país: apuntó a romper con el statu quo negándose a aceptar
las condiciones que le imponen desde el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Central Europeo a cambio de la multimillonaria ayuda. El líder de Syriza,
Alexis Tsipras, rápidamente se volvió el blanco predilecto de las cancillerías
europeas. Su variopinta coalición de verdes, trotskistas, maoístas e
independientes propuso archivar el memorándum firmado con la Unión Europea que
implica severos recortes presupuestarios que deberían implementarse durante
cinco años de ajustes, recesión y más crisis. Syriza también planteó reformar
el sistema impositivo para que los ricos paguen impuestos y suspender el pago
de los intereses de la deuda.
No fue
casual que Jean Luc Mélenchon, candidato presidencial del Frente de Izquierda
de Francia, tendiera puentes con Tsipras. Otra fue la postura del flamante
presidente socialista François Hollande, quien se animó a prevenir a los
votantes griegos de que “si dan la impresión de que quieren alejarse de los
compromisos y abandonar toda perspectiva de recuperación habrá países en la
Eurozona que prefieran terminar con la presencia de Grecia”.
Syrisa
entiende que austeridad o caos es un falso dilema. Pero, precisamente desde la
Unión Europea, el BCE y el FMI se intentó por todos los medios de azuzar el
fantasma del default y la salida del euro asociado al ascenso de la izquierda.
Merkel lanzó una advertencia encubierta en la víspera de los comicios. “Es
extremadamente importante que las elecciones griegas se cierren con un
resultado en el que los que se encarguen de formar gobierno digan ‘sí,
mantendremos los compromisos’”, dijo la canciller alemana. “Los griegos
acumulan dinero y alimentos ante la deriva política”, tituló, vislumbrando el
Apocalipsis, el diario El País de España en su edición del jueves 14 de junio.
Esa fue precisamente la estrategia que usaron los rivales de Syrisa, los
conservadores de Nueva Democracia. Su líder, Antonis Samaras, respaldó los
compromisos sellados con la troika (BCE, FMI, Comisión Europea), aunque ahora
matizó su postura al advertir que negociarían las condiciones impuestas a
cambio de los dos rescates pactados.
Pero el
préstamo de 240 mil millones de euros no ha servido para reactivar la economía.
Así lo viven los griegos que se quedaron en la calle, los que no tienen trabajo
–el desempleo trepó al 22 por ciento–, los que no cobran el sueldo. Las únicas
políticas que dictan los centros económicos de Europa son los ajustes, con
ellos se comprime la demanda, la industria se estanca y la crisis aumenta. El
Nobel de Economía Joseph Stiglitz afirma que el rescate a Grecia, Irlanda y
Portugal es en realidad una “protección a los bancos”. Stiglitz recomienda la
creación de un fondo solidario europeo con el cual se podría ayudar a que
Grecia restaure su crecimiento. No parece ser la solución que están pensando
los líderes europeos, sobre todo después de que triunfara la campaña del miedo.